lunes, 15 de septiembre de 2014

Fonoteca: New


Paul McCartney
New
Hear Music/Concord Music Group
9/10

Costó mucho tiempo, casi cuatro décadas, pero Paul McCartney lo ha conseguido. Ha producido un disco redondo, no en su aspecto físico, sino en la perfección de su conjunto, con New, su primer disco de rock con material inédito en seis años, desde el lanzamiento de Memory Almost Full. A pesar de su edad, de compaginar su vida en la carretera con la privada y de inmiscuirse en campos musicales menos interesantes para la plebe -ese Ocean's Kingdom para la compañía de ballet de Nueva York podemos calificarlo como música de ascensor- con los que alarga el entretiempo de sus apariciones estelares, McCartney ha sido capaz de renovar, por fin, su música y adaptarla al nuevo siglo sin perder un ápice del dominio que tenía en las décadas de 1960 y 1970. Y es que New es precisamente una amalgama óptima, perfecta y nítida de cuatro décadas de música a través de una vida plagada de múltiples aciertos y pocos errores. Desde el momento en que escuché "New", su homónimo primer sencillo, supe que McCartney había superado con creces su propio listón. Que había aprendido de la amargura de trabajar a golpe de látigo con Nigel Godrich en Chaos and Creation in the Backyard, quizás otro de sus mejores trabajos de la década, y abandonar el estado de semiletargo que tiene en todos sus discos. Y que se había apretado el cinturón para aparecer ante su público como lo que realmente es: uno de los mejores compositores de la música contemporánea, junto a Brian Wilson.

Y es que, como fiel seguidor del músico, uno conoce su carrera musical a pies juntillas y puede establecer paralelismos con toda su obra pasada. Podría entrar en el juego de los ránkings y poner a New en el primer puesto de su discografía, pero cada disco, bueno o malo, merece su estudio aparte y tampoco quiero resultar melodramático. Para mí, es cierto, New solo puede compararse a Ram; ni siquiera a Band on the Run, porque a pesar de su éxito bajo las alas de Wings, la autocomplacencia de su trabajo al amparo de su mujer Linda y de Denny Laine es un fuerte contrapunto a los pros de su música. Sin embargo, New no solo demuestra que su capacidad compositiva sigue intacta, sino que es capaz de hacer disfrutar al público con nuevas canciones. Que Paul McCartney no es sinónimo de The Beatles, de "Hey Jude", de "Michelle" o de "Let It Be", y que una vida no se puede resumir en ocho años al amparo de un grupo que dio mucho a la música, pero que tampoco se puede endiosar. Crecer a su sombra es agridulce para McCartney, pero ha sabido lidiar con fuerzas superiores, disfrutar de su legado y ampliar sus horizontes: no solo hacia la música clásica -recomiendo Ecce Cor Meum- sino también hacia la electrónica -con The Fireman- y en su propia y habitual salsa, el pop.

New, a diferencia de otros trabajos, es escuchable de principio a fin. Desde "Save Us" a "Road", McCartney renueva su propio contenido y fusiona todos los elementos que le han influido a lo largo de su vida. Con un breve rato para la nostalgia en "Early Days", transita hacia la música experimental en "Appreciate" y "Alligator", sendos ejemplos básicos de la importancia que tiene la experimentación en McCartney. Algunos se equivocan en tachar a Paul del dulzón dentro de los Beatles, frente a un Lennon entrado en carnes en el terreno experimental por hacer discos como Two Virgins. Si eso es experimental, que baje Dios y lo vea. Y una muestra inequívoca de esa falta de razón se encuentra en New, donde también pululan temas acústicos más mainstream como "On My Way to Work" o "Hosannah". Todos ellos pasados por el filtro de cuatro productores, desde Giles Martin hasta Paul Epworth, que rejuvenecen a un McCartney de setenta años pero que aun emana un espíritu joven que ya quisiéramos muchos para su edad. 

Para mí, encontrarme con trabajos como Tempest de Bob Dylan, Old Ideas de Leonard Cohen y New de Paul McCartney tiene el aliciente de la edad del obrador. Que una persona septuagenaria siga buscando nuevos horizontes musicales, disfrutando del trabajo y dando lecciones a generaciones más jóvenes, es un mérito que ya de por sí merece quitarse el sombrero. Y si además el trabajo es acertado y supone añadir un listón más a una carrera de vértigo que puede ser la envidia de la juventud, es para hacer una reverencia. McCartney, con New, lo merece, porque ha sido capaz de quitarse los fantasmas del pasado, disfrutar del momento y entregarnos una obra que, tarde o temprano, figurará entre los mejores discos de su muy dilatada obra musical.

viernes, 12 de septiembre de 2014

Reflexiones tras la Diada


Resulta triste ver la ingente multitud de catalanes presentes en las calles de Barcelona con motivo de la Diada. Y digo que resulta triste porque la Diada debería ser una celebración de todos los catalanes y no un día politizado. Igual que nadie entiende un 8 de septiembre en Asturias o en Extremadura como marcapáginas de una agenda política, es triste y humillante ver la caída en picado que lleva a Cataluña al abismo, a la fractura social y política, al choque entre sectores de la población solo por una idea preconcebida de forma errónea: la independencia. No se trata solo del derecho a decidir, porque las leyes internacionales son claras al respecto. Tampoco de la tergiversación histórica de 1714 como fecha clave del envite nacionalista; quien quiera tiene los libros de Historia y es libre de conocerla sin que nadie le diga cómo pensar. Tampoco se trata del creciente fervor nacionalista e independentista de las últimas décadas derivada a golpe de una educación institucionalizada y del sometimiento de los medios de comunicación a la Generalitat. No seré yo quien juzgue al conde de Godó y a sus acólitos. 

Se trata de la ausencia de un sentimiento común con el resto de los españoles, de la incapacidad de formar parte de una sociedad plural y de convertirla en homogénea, de la destrucción de siglos de historia común por un despecho de políticos como Jordi Pujol, que han usado el sentimiento nacional como bayoneta, apuntando a un enemigo único: España. Y cabe recordar que España no es ningún enemigo. España, ese nombre que tanto intríngulis hace sentir a muchos, es nuestro hogar común, el lugar donde hemos nacido, donde, dentro de la identidad particular de España, compartimos un espacio común con hermanos de sangre desde hace más de medio milenio de historia. España es el espacio común de todos, vuestra tierra tanto como la mía, y ninguna jugada política puede levantar murallas o barreras donde siempre hubo, hay y habrá unión y sinergia.

Hoy, en un momento trascendental para la historia de Cataluña y del resto de España, a escasos dos meses de la celebrada fecha del 9-N, no queda sino rebatir los fatuos argumentos que elevan la discordia y la separación frente al entendimiento y la unión. Que los representantes políticos tanto catalanes como españoles no entiendan estos conceptos no significa que la sociedad sepa mejor cuál es la verdad. Y la verdad es la contraria a la que promueven partidos y asociaciones independentistas: que es más lo que nos une que lo que nos separa, que no debe existir un sentimiento de dicotomía entre lo catalán y lo español del mismo modo en que tampoco lo hay entre ser extremeño y español, gallego y español, vasco y español o andaluz y español. Porque aunque algunos se empeñen en pintar una España grande y libre de color gris marengo para sembrar odio y rememorar tiempos pasados, esa España ya no existe, mal que les pese a muchos. España en el siglo XXI, la España de las Autonomías, que a pesar del entente socialista es sinónimo de federalismo, es la suma de todos sus ciudadanos, y resulta absurdo levantar fronteras entre ellos coincidiendo con una era globalizadora.

El afán sospechosamente independentista que mueve a CiU y a Artur Mas, después de décadas de nacionalismo ambiguo, tiene que ser rechazado por los propios catalanes en otro afán unionista que vuelva a conectar a la sociedad catalana con el resto de los españoles. Cataluña no puede moverse a la deriva por una multitud manejada como rebaño por una casta política corrompida hasta el tuétano. Debe entender que los ataques a sus políticos no son ataques a la sociedad catalana, del mismo modo que criticar a Ana Botella no significa atacar a todos los madrileños. Y a partir de ahí, debemos volver a tender puentes entre regiones porque todos somos parte intrínseca de España, sin necesitar la intermediación de unos políticos inmovilistas a ambos lados del espectro. Existen vías intermedias y reformistas para adaptar la realidad catalana dentro del marco español, pero siempre siguiendo el camino emprendido en la Transición y optando por la concordia y el entendimiento. De lo contrario, el problema catalán no solo significará una ruptura política con España, sino que abrirá un cisma civil en el seno de su sociedad de proporciones desconocidas. Ir en un sentido u otro depende no ya de Artur Mas o de Mariano Rajoy, sino de la altura de miras de las sociedades catalana y española.