Jolgorio a la entrada de los Juzgados. Llega Artur Mas. ¡El Mesías ha
llegado! Viste de blanco. Impoluto. Abre los brazos. Se obra el
milagro. Las esteladas se convierten en palomas; las palomas, en clones
de Jordi Pujol; los clones, en pagarés al Banco de Andorra. ¡Aleluya! Le
suceden los apóstoles. Pregonan su palabra. Oriol Junqueras mira ora a
Hospitalet ora a Reus. Raül Romeva se deshace en lágrimas que empañan
sus Txin Txin Afflelou. ¡In-de-pen-den-tzia! ¡Hossanah! Gritos
de traidores a los jueces feixistas y españolistas. Artur se detiene,
sonríe y dice: «No obréis con malicia, hijos míos, pues vuestro será el
Reino de Catalonia». Los aplausos derrumban un capitel de los Juzgados,
hecho que cronifica Pilar Rahola para el Nou Testament Catalá. El
Evangelio según Rahola. Pilar se humedece de solo pensarlo.
Tras Artur Mas aparecen 400 alcaldes con los bastones de mando. Parece
una reunión de jubilados en pilates, brazo arriba, brazo abajo. Airean
sus bastones orientándolos hacia los Juzgados, con aire de ultraje.
¡Muerte a los feixistas! Artur vuelve a sonreír: «No obréis con...». Le
corta Oriol: «Artur, tira p'alante». Artur dice: «Trátame con más
respeto, que soy el Mesías». Raül se enjuaga las lágrimas. El gentío
sigue exclamando vivas, ayes, jaculatorias y jotas aragonesas al paso de
San Artur Mártir. Uno baila un chotis opresor en el fragor de la
alegría.
Los 400 alcaldes siguen meneando el bastón al aire. Uno le atiza a una paloma, es decir, a un clon de Jordi Pujol. Lo abuchean y le llaman pepero. Cómo osa. ¡Votante de Inés Arrimadas!, gritan. Artur lo fulmina con la mirada y lo hace cenizas. La gente aplaude. ¡Milagro! ¡Hossanah! ¡Aleluya! ¡Palomitas! ¡Churros! ¡Coca-Cola! La prensa, testimonial, se agolpa en un reducto, retransmitiendo las obras y milagros de San Artur Mártir, pero su aura es tan luminosa que ciega todas las cámaras, salvo las de TV3.
A la salida, Artur vuelve a sentir la euforia de la plebe. Llevan palmas y laureles. Le agitan la melena al viento. Sonríe. Nunca la vio tan gorda. ¡Pero mira que son gilipollas estos tíos!, piensa mientras recoge los pagarés del suelo con un movimiento a lo Senador Palpatine. Clamores, vivas y esteladas al viento. Una le da en la cabeza. Artur se desmaya. Al rato se despierta. Raül, plañidero, con una peineta en la calva, le llora encima. ¡Quita de ahí, botifler! ¿Habrá sido todo un sueño?, se pregunta.
Los 400 alcaldes siguen meneando el bastón al aire. Uno le atiza a una paloma, es decir, a un clon de Jordi Pujol. Lo abuchean y le llaman pepero. Cómo osa. ¡Votante de Inés Arrimadas!, gritan. Artur lo fulmina con la mirada y lo hace cenizas. La gente aplaude. ¡Milagro! ¡Hossanah! ¡Aleluya! ¡Palomitas! ¡Churros! ¡Coca-Cola! La prensa, testimonial, se agolpa en un reducto, retransmitiendo las obras y milagros de San Artur Mártir, pero su aura es tan luminosa que ciega todas las cámaras, salvo las de TV3.
A la salida, Artur vuelve a sentir la euforia de la plebe. Llevan palmas y laureles. Le agitan la melena al viento. Sonríe. Nunca la vio tan gorda. ¡Pero mira que son gilipollas estos tíos!, piensa mientras recoge los pagarés del suelo con un movimiento a lo Senador Palpatine. Clamores, vivas y esteladas al viento. Una le da en la cabeza. Artur se desmaya. Al rato se despierta. Raül, plañidero, con una peineta en la calva, le llora encima. ¡Quita de ahí, botifler! ¿Habrá sido todo un sueño?, se pregunta.