Pedro Sánchez sigue enroscado en su no-no y no atiende a razones. En
la sesión de investidura, a Albert Rivera solo le faltó ataviarse de
luces de neón y mandar un S.O.S. por telégrafo. “Pedro, que tenemos
mayoría parlamentaria para controlar a un Gobierno del Partido Popular
en minoría”. Pero Pedro Nono sigue empecinado en sus trece y no escucha.
El prócer de la Democracia parece querer a toda costa llegar a la
Presidencia del Gobierno en lugar de dejar que Mariano Rajoy se coma sus
palabras de aumento del gasto público cuando llegue Bruselas a decir lo
mismo que Pedro: “No es no”.
Pero Mariano, al igual que Pedro
Sánchez, también es feliz en sus trece. Mariano es feliz recibiendo
piropos y besitos de Pablo Iglesias, que ha recargado durante las
vacaciones la pila del amor que lleva en su coleta sudada y pretende
revestirse no ya de socialdemócrata, sino de hippie internacionalista
con tufo a naftalina y a Woodstock, que es un paso más en su
metamorfosis kafkiana que solo se creen los gilipollas que pululan por
España sin dar un palo al agua. “Pero qué gustirrinín verte en la
tribuna, Mariano”, dice Pablo. “Uy, uy, Pablo, que me pongo verraco”,
replica Mariano. “Espera, espera, que te azoto hasta sangrar”, contesta
Pablo, que como buen macho alfa es mucho de escribir sobre cómo azotar a
mujeres en sus Telegram.
Hay que ver la complicidad entre
Mariano y Pablo, que ni se sonrojan cuando desvelan la existencia de lo
que muchos pensamos: esa pinza entre Partido Popular y Podemos que tiene
secuestrada nuestra Democracia desde el 20-D, que pretende obligarnos a
elegir un nuevo bipartidismo que permita a Rajoy gobernar ad infinitum
con el lema “o yo o el caos podemita”, y que hace que el Partido Popular
sea el único partido sin una renovación profunda desde el albur de los
tiempos. Que ya ni siquiera te pedimos el gran sacrificio de unas
primarias en el Partido Popular, Mariano, sino que designes ad interim a
una mujer trabajadora, honesta y con dos bemoles como, pogamos por
ejemplo, Ana Pastor, y que no la relegues a un puesto de jarrón chino
como la Presidencia del Congreso.
Pero eso a Rajoy le da igual.
Él escucha a Pablo Iglesias acusar a Núñez Feijoo de ser amigo de un
narcotraficante -fue a hablar el que cobra del narcorégimen de Diosdado
Cabello- y se conchaba con Pablo para lanzarse besitos desde la tribuna.
Él oye lo de renovación y le da un intríngulis al intestino. Lleva
trece años –¡trece años!– como cabeza del Partido Popular, perdiendo
elecciones en sus inicios frente a un tío tan nefasto como Rodríguez
Zapatero hasta que, un buen día, la gente le votó por hastío, por simple
cansancio de tener un Gobierno repleto de mentirosos compulsivos, y
porque salvo UPyD, no había otra gran alternativa. Y ahí sigue, cautiva y
desmantelada una alternativa liberal –o al menos socioliberal– desde el
contubernio de Valencia, con un gran sector de votantes del PP metiendo
su papeleta en la urna mientras se pinzan la nariz. “No soporto a
Rajoy, pero los otros son aún peores”, se oye una y otra vez por los
pasillos de los colegios electorales. Qué políticos más considerados,
que nos obligan a votar entre lo malo y lo peor.
Por eso, y por
otras tantas razones, Pedro Nono debería hacer caso de las luces de neón
que emana Albert Rivera desde la tribuna de oradores y dar su brazo a
torcer. Porque tampoco es que la solución sea muy buena, desde luego no
lo es, pero es mejor que seguir mareando la perdiz al personal con
elecciones un 25-D. Y porque al menos habría un Gobierno en minoría que
puede ser controlado a nivel parlamentario por PSOE y Ciudadanos,
obligando a Mariano a dialogar, a él que le da tanta pereza el diálogo, a
enfrentarse a la realidad de la necesidad que tiene España de regenerar
su sistema parlamentario y sus administraciones públicas, y
arrinconando al lumpen chavista durante cuatro años en los que seguirá
desinflándose gracias a la pésima gestión de ciudades como Madrid,
Barcelona, Valencia y Cádiz. Gracias, Manuela. La cuestión, al final,
está en si Rajoy muestra interés por arrinconar a Coleta Morada o por
resucitarlo con un apasionado y romántico beso desde la tribuna de
oradores.
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